miércoles, 10 de noviembre de 2010

El fantasma (Torcuato IV).

Torcuato era un poco-bastante “fantasma”, no sé si de nacimiento o adquirido como resultado de su experiencia en los Servicios de Inteligencia. Una vez, haciendo de “manitas” en casa de mi amiga Pili, colocando una puerta o algo así, le dijo a Pili:

- Pues yo creo que con un poco de suerte, voy a “retirar” a Adu.
- ¿Y eso? – se asombró ella.
- Porque Julio ha encontrado un cuadro que creemos que es de Goya y, si se confirma, nos hacemos de oro, ahora mismo el cuadro está con un experto tasador de arte…
A menudo hemos recordado este suceso Pili y yo. Las risas que nos echamos a costa de este incidente fueron infinitas.
Varios años después, salió una noticia en el telediario sobre el hallazgo de un pequeño “Goya”; para entonces yo ya estaba muy retirada de Torcuato.

Julio era otro de los “amigos” de Torcuato. Regentaba un pequeño negocio anticuario por la zona de Arapiles bastante destartalado, como casi todos los anticuarios, con la peculiaridad de que el local era enorme y la mayoría de las piezas de un hortera subido. De entre ese batiburrillo, rescaté un cuadro que me regaló Julio, ahora no recuerdo su autor ni si era conocido o no, un grabado con un tren echando humo, bastante bonito. Julio, al menos, era educado y amable.

Torcuato tenía una familia casi tan singular como él mismo. La madre ya no vivía, tenía dos hermanas y otro hermano y un padre muy parecido físicamente a él que a mí me recordaba a los personajes castizos de zarzuela, su nombre era también Torcuato. Su hermano Óscar era físico o ingeniero, casado “contra” una mujer del Opus, quienes ejercían de ángeles tutelares de Torcuato. Una vez, con bombo y platillo, nos “invitaron” a su piscina, pero esta fue la versión Torcuato porque cuando llegamos allí, bañador en mano, pasaron sus hijos (Isabel y Torcuatín) y a nosotros nos invitaron amablemente a marcharnos. Fue uno de los momentos más abochornantes de mi vida, pero ya me iba acostumbrando a este tipo de jugarretas. Me sentía humillada, más por Torcuato que por mí misma.

- No te preocupes – me decía Torcuato (yo no estaba en absoluto preocupada, más bien humillada) – ya me ha dicho Óscar varias veces que cualquier día nos invita a su piscina a ti y a mí.

Lo cierto es que cada vez que Torcuato estaba en algún apuro económico, allí estaba Óscar encargándole trabajos, mayormente los que requerían habilidades manuales y fuerza física. Yo jamás supe de sus pormenores económicos, quería ser discreta, no preguntaba, pero percibía.

Su hermana Rosa vivía en un “acosadito” por una ciudad dormitorio de Madrid, no recuerdo exactamente cuál. Era guapa y simpática y parecía ser la más normal de toda la tropa. Una tarde, en el saloncito de su “chalecito”, para agradar, empezó a enseñarme cosas: las fotos de los niños cuando eran pequeños, los videos del ballet de las niñas, y un sinfín de cosas de esas normales que hace la gente normal… ¡ah! pero yo no soy normal y me iba aburriendo como una ostra. El colmo fue cuando cogió la típica carterita llena de mandos a distancia y me iba diciendo:

- Éste, el mando de la tele, y éste el del vídeo, y mira este otro; este otro no tiene pila… etc etc etc…

En ese momento me dije a mí misma:

- ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Por educación aguanté el tipo, pero supe que ya, definitivamente, yo no tenía nada que ver con todo aquello. Quedaba poco para la escena de la mentira, la recogida de mis cosas y el adiós.

Visto con la distancia del tiempo, pienso que hubiera soportado todo esto por amor, luego no debía ser amor lo que yo sentía.

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