miércoles, 3 de noviembre de 2010

El efecto 2000. Torcuato (III).

Otra de las peculiaridades de mi noviete Torcuato era su gran auto-confianza. Por aquella época ejercía de asesor fiscal.
De los dos-tres años que duró nuestra relación, yo estuve uno en Canarias por motivos de trabajo. Como se trataba de un trabajo bien remunerado y cómodo, me permitía el lujo de venir una vez al mes a Madrid. Mi hijo era adolescente entonces y vivía conmigo, fue justo el curso 1999-2000, lo recuerdo bien porque el pánico se había apoderado de todos los canarios, los peninsulares –como ellos nos llaman-, los americanos y hasta los chinos –supongo- por el simple hecho de que se desconocía qué iba a pasar con los datos almacenados en los ordenadores al pasar de los dígitos 99 al 00. Finalmente, no pasó nada, como es de cajón.
Volviendo a Torcuato, fue a verme varias veces, al menos dos, una con cada uno de sus hijos. Como entre ellos se llevaban muy bien, y entre nosotros también, lo pasamos estupendo. Creo que ya he escrito que Torcuato tenía un don especial para los chavales y sabía manejar muy bien a mi niño en plena efervescencia adolescente.
Torcuato insistía mucho en que me tenía que presentar a unos “amigos” que tenían un bar y vivían en algún rincón perdido de la isla; para conocerles, para que se hicieran también mis amigos, para tener algún apoyo. Yo, que para entonces ya le iba conociendo, lo dejaba pasar. Por fin un día nos decidimos y enfilamos hasta el rincón perdido entre carreteras polvorientas, pérdidas, desiertos y cáctus. Cuando por fin llegamos, nos atendió la esposa, con visible cara de desagrado y muy forzada. Por simple educación nos ofreció unas cervezas. El marido creo que ni salió a recibirnos. Torcuato les soltó un discurso tal que:

Sí mujer, soy Torcuato, el que les lleva la contabilidad a Juanito, del bar Juan, en Madrid, ¿no os acordáis que estuvimos aquella vez cenando? Y luego, jaa aja ja, Juanito mira qué era, ahora el negocio lo lleva Juanito II, su hijo… bla bla bla…

En la cara de la mujer crecía el disgusto a la par que el asombro, como pensando vaya un descarado, o vaya un pirao…

Juanito, “su amigo del alma” según versión Torcuato, acababa de fallecer cuando yo entré en su vida. Llegué a conocer a Juanito II que era un tipo raro, como lo era ese bar Juan por la zona de Embajadores, que vaya usted a saber qué negocios se trajinaban allí. La madre de Juanito II, viuda de Juanito, no parecía tener en mucha estima a Torcuato, amigo íntimo de su marido, pero él fingía no darse cuenta.

Al poco tiempo, Juanito II le dijo amablemente que prescindían de sus servicios. Torcuato se quedó muy decepcionado.

Por supuesto que yo no volví a aquel bar del rincón perdido de la isla ni supe más de ellos.

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