lunes, 13 de septiembre de 2010

Dependencia: anti-libertad.



FOTO: Faro del muelle de la entrada de la Ría de Aveiro (Portugal), visto en un sueño o en estado de embriaguez desde la Playa de Barra. ADU, Otoño de 2007.

Depender de alguien para lo que sea siempre me resultó un estorbo. Ahora que apenas puedo hacer ninguna gestión si no es acompañada me abruma, no solo por haber sido siempre muy independiente, sino también porque sé lo hasta arriba que está todo el mundo de cosas, de problemas, de líos (la burocracia crece y crece como los niños), y me duele robarles su tiempo.
En fin, reconozco que no me puedo quejar porque estoy viva y porque camino sola, escribo, leo y me alimento sin ayuda.
Comprendo, y compadezco a la vez, a los “minusválidos”. Entiendo su mal humor e incluso he empezado a comprender el despotismo de algunos. Ya sabemos que es cosa de carácter y nadie sabemos nuestra reacción caso de “tocarnos la china” (yo la he tenido peligrosamente cerca), y ahora veo en cine realista y 3D numerosos ejemplos. Aún así, observando la variedad, tiene que ser durísimo, para los que lo padecen y para sus seres queridos.
Es como estar en una cárcel donde la celda es tu propio cuerpo.
Además de viejecillas, ancianitos, y varias versiones de lesionados cerebrales, en este “cole” los hay que dependen de alguien hasta para hacer las necesidades más íntimas.
Recuerdo la película “Mar adentro” donde Amenábar recreó la vida de un caso real, la de Ramón Sampedro, creo que se llamaba. Menos mal que un juez se apiadó de la mujer que le ayudó a morir.

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