Hay que reconocer que las técnicas orientales de mantenimiento físico son mucho más poéticas que las occidentales. Típico ejemplo de clase de gimnasia en nuestras latitudes:
- Uno arriba, dos abajo, y uno dos, uno tres…
- Inspiramos subiendo los brazos, expiramos… Otra vez arriba uno y abajo, dos…
El pasado 4 de noviembre asistí por primera vez a la sesión de Tai-Chi que imparten en el “pack todo completo” de mi nueva residencia. Tenía mucha curiosidad, sobre todo desde que mi amigo Jack me contó que consistía en algo así como una lucha a cámara lenta. Y lo recuerdo haciéndome algunos movimientos en aquel Bed and Breakfast de Roma. Lo que me encontré el jueves sin embargo, me recordaba más al Yoga. Se trata de una gimnasia muy suave, en la que se estiran y auto-masajean todos los músculos del cuerpo y también las vísceras internas. No digo que no sea así en alguna clase al uso de mantenimiento en gimnasio, pero sí que es, sin duda, de ritmo mucho más relajado y más estético.
- Cojemos las estrellas y las ponemos en el firmamento... Volvemos a cogerlas y las volvemos a colocar en el cielo…
- Movemos los brazos y las piernas como si fueran ramas de los olmos al compás de la brisa…
Personalmente, y aún a sabiendas de mi escepticismo habitual, me siento mucho más a gusto en el Yoga o Tai-Chi (del Tai-Chi en lo poco que sé). Porque no sólo son ritmos más cadenciosos y líricos, sino que parten de una premisa común y es que uno debe esforzarse pero no forzarse. Fuera todo espíritu competitivo, se busca la mejora de la salud física y mental, en completa conjunción ya que cuerpo y mente, mente y cuerpo, son interdependientes y quizá la misma cosa.
Recuerdo cuando hace muchos, muchos años, se abrió toda una polémica sobre los trasplantes de corazón. Los sectores más reacios argumentaban que era el órgano responsable de los afectos, de los sentimientos, del amor. Temían que al cambiar de corazón se marcharan con la víscera extraída también el mundo sentimental del enfermo. O que asumiera el del corazón trasplantado. Hoy nos suena a chiste. Se sabe que todo está en el cerebro. ¿Todo? Bueno, se sabe al menos, que en el corazón no están los sentimientos sino en una parte de la masa encefálica. La cabeza tiene parcelas, como si fuera una urbanización con solares que van transformándose a lo largo del tiempo. Unos solares rigen el movimiento corporal, otros el lenguaje, otros el razonamiento, otros el aprendizaje, otros el comportamiento. Madre mía, vaya lío. Seguro que llegará el día en que insertándonos un micro-chip en el cerebro sabremos hablar Checo, por ejemplo. O mejor dicho: sabrán, porque eso no creo que lo veamos en esta generación.
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