domingo, 28 de noviembre de 2010

¿La muerte?

Llega y me abraza tiernamente por detrás, situando sus brazos alrededor de mi cintura, sin fuerza, sin blandura tampoco. Me acaricia subiendo sus brazos
despacio, muy despacio. Al subir los brazos, roza con ellos mi vientre, mi cintura, mis pechos, y besa mi nuca al mismo tiempo. Todo despacio, muy despacio. No hay nada turbador. No existe la culpa, ni deseo alguno. Es un profundo bienestar, dulce, carnal y espiritual al mismo tiempo. Me acerca hacia sí mostrándome su miembro más definitorio. Crece conmigo, crece a medida que yo me despido; crecemos y menguamos juntos.
Dudamos si decir alguna palabra, pero no, cualquier sonido perturbaría esta paz, rompería la magia del silencio que todo lo dice.
El camino (a la muerte) es el camino a ninguna parte. Por eso es tal vez tan liviano.
Un humo de nieve, muy blanco, juega y se entrelaza entre nuestros cuerpos como diciéndonos: "seguid, seguid, no temáis, vamos hacia la eternidad".
Yo no tengo miedo. Él sí, pero solo al principio. Él solo tiene miedo al principio. Cuando nota que mi cuerpo se afloja al compás de su presión se afloja él también, todo él se afloja... Y así, flotamos ambos en el éter.

El cielo nos recibe con una sonrisa eterna porque el cielo es él mismo: quien me ha poseído y a quien yo me he entregado. El cielo me ha recibido esta tarde en la siesta de una fría tarde invernal cualquiera.

1 comentario:

  1. Me asustan las danzas que no sé hacia donde me llevan. ¡Despierta y ven a ver el otoño bejarano que tan bien conoces!
    Besos dulces de dulces pasos.

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