martes, 30 de noviembre de 2010

Balance de noviembre y... ¿fui abducida?

OBJETIVOS PLANTEADOS.
- Decidir destino de Pepo.
- Montar en autobús.

NIVEL DE CUMPLIMIENTO:
Satisfactorio.
Aún no he decidido dónde acabará finalmente mi perrito, pero sí he hecho avances importantes.
El domingo monté en el autobús CIRCULAR-2 con mi amiga del alma, Pili. Dos paradas. Pensábamos llegar hasta mi casa de niña (tres paradas) pero me equivoqué y nos bajamos antes. Ya había anochecido y decidimos volver andando.
La próxima vez, posiblemente el domingo que hay menos jaleo, me haré yo solita el trayecto completo, que es un auténtico tour madrileño en versión barata. Me apetece un montón. Y luego haré un reportaje... ¿No será esto el cuento de la lechera?...

METAS CUMPLIDAS ANTICIPADAMENTE.
- Poner al día mis cuentas.
- Renovar carnet de conducir.

(Tengo que revisar mi agenda e ir al hospital de los ordenadores, luego seguiré...)
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Tengo una curiosa teoría: llegaron unos extra-terrestres en un ovni, me abdujeron y me colcocaron en el cerebro una extraña sustancia. Por supuesto no lo recuerdo porque eso formaba parte del plan.
Años más tarde empecé a tener síntomas que nadie sabía diagnosticar con precisión. Hasta que estos síntomas fueron tan insoportables que le les ocurrió hacerme pruebas y más pruebas... Después llegó la craneotomía y la extirpación del meningioma. Pero aún se quedó dentro parte de algo desconocido para nosotros, que hace que estropee los ordenadores, los móviles, los e-mails, todo lo inalámbrico y gran parte de lo hilado.
A mayores, tuve una premonición hace bien poco (como un mes) sobre un accidente que resultó ser cierta. También tuve otra el sábado pasado que resultó no ser cierta, pero esa puede formar parte de ese margen de error que hasta las normas DIN admiten.

Esta teoría haría las delicias de los seguidores de Jiménez del Oso y gente afín. También hará estallar en carcajadas o bocanadas de incredulidad a los escépticos.
Personalmente, me encuentro más cerca de los segundos que de los primeros, pero nunca reniego de nada y estoy abierta a todo.

Lo que es objetivo y demostrable es:

a) Mi cerebro emite ondas que estropea unas cosas e intuye otras.
b) No existe operación ni medicina alguna en esta nuestra cultura que pueda corregir estas cosas que emite mi cerebro.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Hoy nieva en Madrid

Me sonrío cuando oigo decir que hace mucho frío. En esta urbe no han sufrido las mañanas a la orilla del Tormes helado ni esa “mañanita de niebla, tarde de niebla” que no deja ver el sol en todo el día. Soy de los que al sol tengo calor y a la sombra frío, de manera que mi intervalo de comfort es muy estrecho, pero me las apaño más o menos bien. Hoy caen copos y los puedo contar desde mi ventana; siempre escojo mi puesto de trabajo en función de lo que veo, y hoy veo nevar sobre los pinos y las aceras, bajo un cielo denso, muy distinto a ese azul que tanto me ha gustado siempre. Yo creía que era cosa mía, pero según me dijeron es cierto: en Madrid, como en Segovia, el cielo es de un celeste brillante especial, debido a nosequé fenómenos físicos metereológicos.
En cuanto olí nieve me cogí un taxi para volver de mi habitual paseo. Venía pensando que todo lo que cuento en este diario es absolutamente biográfico. Al contrario del anterior, en este blog no tiene concesiones a la fantasía, salvo lo de ayer, que no tengo ni idea por qué me salió la vena lírica y no tengo ni idea de lo que significa, pero no tiene que significar nada. Escribo porque me apetece (lo he dicho cien veces), porque me gusta y sin mayores pretensiones. Ahora, además, tiene un efecto terapeútico que, si lo pienso bien, en realidad siempre lo tuvo: escribir ordena la cabeza.
Al contrario que en el otro, en este blog no me interesa si me siguen o no, ni contesto normalmente a los comentarios; el anterior me enseñó mucho de retro-alimentación con el lector (creo que lo llaman feedback en lenguaje empresarial). Ahora sin embargo siento que cada cual es muy libre; yo sigo mi camino con independencia de lo que lean, escriban, piensen, digan, murmuren... Lo valoro como un síntoma de madurez por mi parte.
Superé con éxito la revisión para la renovación del carnet de conducir que ya tocaba. Me creció un poco la nariz: no tomo medicamentos, no me han operado de nada importante... Seguramente por eso le daba vueltas a lo de la sinceridad en el diario. Debe ser que ya no se me nota nada porque la gente me trata con normalidad (es decir, a lo bestia). El pelo me ha crecido lo suficiente como para parecer un pelo corto normal... ¿qué es “lo normal”? Pues “lo corriente”, diría mi hermano. Pues vale, mi pelo; mejor dicho, su longitud, es corriente.
Mañana pretendo hacer balance de los objetivos de este mes de noviembre.
Sigue cayendo nieve. Las aceras aún son grises y los pinos verdes.
El tamaño de los copos y su intensidad presagian una noche blanca.

domingo, 28 de noviembre de 2010

¿La muerte?

Llega y me abraza tiernamente por detrás, situando sus brazos alrededor de mi cintura, sin fuerza, sin blandura tampoco. Me acaricia subiendo sus brazos
despacio, muy despacio. Al subir los brazos, roza con ellos mi vientre, mi cintura, mis pechos, y besa mi nuca al mismo tiempo. Todo despacio, muy despacio. No hay nada turbador. No existe la culpa, ni deseo alguno. Es un profundo bienestar, dulce, carnal y espiritual al mismo tiempo. Me acerca hacia sí mostrándome su miembro más definitorio. Crece conmigo, crece a medida que yo me despido; crecemos y menguamos juntos.
Dudamos si decir alguna palabra, pero no, cualquier sonido perturbaría esta paz, rompería la magia del silencio que todo lo dice.
El camino (a la muerte) es el camino a ninguna parte. Por eso es tal vez tan liviano.
Un humo de nieve, muy blanco, juega y se entrelaza entre nuestros cuerpos como diciéndonos: "seguid, seguid, no temáis, vamos hacia la eternidad".
Yo no tengo miedo. Él sí, pero solo al principio. Él solo tiene miedo al principio. Cuando nota que mi cuerpo se afloja al compás de su presión se afloja él también, todo él se afloja... Y así, flotamos ambos en el éter.

El cielo nos recibe con una sonrisa eterna porque el cielo es él mismo: quien me ha poseído y a quien yo me he entregado. El cielo me ha recibido esta tarde en la siesta de una fría tarde invernal cualquiera.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Amores perros.

¿Por qué es tan importante para Teresa la palabra idilio?...
… podríamos decir que un idilio es la imagen que nos ha quedado como recuerdo del Paraíso... se movía en círculo entre cosas conocidas. Su uniformidad no era un aburrimiento, sino un motivo de felicidad.

… Adán, en el Paraíso, cuando se inclinaba sobre una fuente, aún no sabía que aquello que veía era él mismo. No habría comprendido a Teresa cuando, de niña, se ponía ante el espejo y trataba de ver su alma a través de su cuerpo. Adán era como Karenin. Teresa se divertía con frecuencia poniéndolo frente al espejo. No reconocía su imagen y se comportaba con increíble desinterés y distracción.
La comparación entre Karenin y Adán me lleva a pensar que en el Paraíso el hombre aún no era hombre... la nostalgia del Paraíso es el deseo del hombre de no ser hombre.
… La respuesta me parece sencilla: el perro no ha sido expulsado nunca del Paraíso. Karenin no sabe nada de la dualidad entre el cuerpo y el alma y no sabe qué es el asco. Por eso Teresa se siente tan a gusto y serena con él.

De la confusa mezcla de estas ocurrencias, crece ante Teresa una idea blasfema de la que no se puede librar: el amor que la une a Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. Mejor, no mayor.
...
Es un amor desinteresado: Teresa no quiere nada de Karenin. Ni siquiera le pide amor.
..
Y algo más: Teresa aceptó a Karenin tal como era, no pretendía transformarlo...
Y luego: el amor hacia el perro es voluntario, nadie la fuerza a él.



De “La insoportable levedad del ser”, por Milan Kundera, 10 ª edición febrero de 1992.

FASCINADA ESTOY CON ESTA SEGUNDA LECTURA.
POR FIN ACABÉ Y HE SACADO UN RATO PARA TRANSCRIBIR LOS PÁRRAFOS SOBRE LOS QUE GUSTA PENSAR (REMITO A MI ENTRADA DEL 19 DE SEPTIEMBRE).

viernes, 26 de noviembre de 2010

¿Quién soy yo?

Todos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez.
Pero en realidad yo hoy no me quería extender en cuestiones metafísicas, que mira que tengo ganas, sino más bien en el infierno español, por aquello de
"... cuando no falta el bote, falta la mierda"
(chiste muy malo que -no sé por qué- se me quedó grabado).

Llevo una semana que eso, cuando no falta el bote falta la caca, y me empieza a entrar complejo de que poseo poderes ultrasónicos que se encargan de romper ordenadores, impresoras, teléfonos... Pero no, es que desde que nació el wi-fi, la frontera entre la física y la magia se ha diluido y una ya no sabe ni quién es ni dónde está ni qué es lo que está pasando, salvo que ando mucho más deprisa hasta que me caigo. Eso me ha dicho la psicoterapeuta:

- Adu, no te lances, que en cuanto te encuentras mejor te quieres comer el mundo.

Y me tengo que acordar de que el mundo no es comestible, más bien el mundo nos come a nosotros (si es que nos dejamos, claro).

Y así, ni somos nada ni las paredes se quedan con la pintura aromática, a lo que se nos condenó por haber sido malos.

Si no se me rompe nada, mañana más (suponiendo que haya bote y que haya mierda).

domingo, 21 de noviembre de 2010

Entrada número cien.


¿Por qué cien?
¿Por qué diez?
Un día alguien me dijo que el sistema decimal está basado en los diez dedos de las manos, para poder contar, para tener esa referencia natural. Me parece sensato.

He estado haciendo repaso de este diario:

- Nació el 8 de enero del año 2010.
Sin un propósito claro, salvo la de dar continuidad al hábito de escribir.
Por entonces yo ya estaba muy enferma, aunque aún no lo sabía.

- Siguió, con una regularidad oscilante, hasta el 23 de mayo. Como dato significativo: en el mes de abril no hubo ninguna entrada.

- Se interrumpió hasta el 6 de agosto, fecha en que lo retomé, una vez operada y en pleno proceso de re-establecimiento.

Por entonces, estaba recién ingresada en un centro de rehabilitación de enfermedades neurológicas de Madrid.

Este blog, así como la labor de clasificación y maquetación de mis escritos 2005-2010, ha contribuido sin duda a mi espectacular mejora.

El blog anterior surgió con objetivos muy diferentes y llegó un momento en que supe que debía cerrarlo (algo así como se retiran las estrellas en pleno apogeo; salvando las distancias, claro). En el camino sucedieron cosas preciosas. Está ahora en fase de traslado al papel, previa selección.

Este blog sin embargo, tomó un cariz bien distinto a partir del 6 de agosto y hoy pienso que, debidamente elaborado, puede servir de testimonio en primera persona para editar el proceso que he vivido.

He superado una craneotomía para la extirpación de un tumor cerebral. Dicho así, suena a película de terror. Lo cierto es que para mí ha sido una experiencia tremendamente positiva, de la que he aprendido mucho y que ahora, en fase ya de casi normalidad, me tomo como unas vacaciones.
Ahora y no entonces, soy consciente de que he estado a punto de morir. En la operación por lo delicada, o como resultado de un proceso natural que hubiera sido muy doloroso.

No tengo palabras para expresar tantas emociones: impotencia, rabia... pero sobre todo agradecimiento. Agradecimiento a la vida, por haberme dado esta oportunidad; y a mi hermano, que un día me cogió casi por los pelos y me trajo a Madrid.

FOTO: Adu vista por su hermano Jesús (mi "cuñadito") el 17 de agosto. La cuelgo porque no se me reconoce, da una grima horrorosa, pero es auténtica.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La magia de lo sin hilos.

FOTO: El cielo de Ithaca, por Adu. Abril de 2009.
Llevo una semana de acoplamiento. Por fin tengo un pincho (la naranja mecánica lo llamo yo) que funciona cuando quiero sí y cuando me da la gana no. Esta mañana sin ir más lejos tenía la entrada preparada, larguísima, que me había quedado requetebien y... ¡zas! se ha ido de paseo y no ha vuelto.

Hablando de paseo, me paseo a diario. Noto que he ganado mucho en estabilidad y en velocidad. Aquí no puedo medirla pero se nota.
Estoy contenta.
Siento que Madrid, con todos sus inconvenientes, que son muchos y nada desdeñables, "me pertenece" en cierto modo.
Me voy imponiendo metas a muy corto plazo. Las de este mes son:

- Decidir el futuro de mi perrito Pepo (se quedó en la residencia canina de Zamora para un fin de semana en junio y ... hasta ahora).
- Montar en autobús.

Estoy en ello (no en el autobús, pero lo estaré antes del 30). Me refiero a Pepo.
Cuando logre independizarme (ya va quedando menos) quiero una gatita a la que llamaré Adu.
Mañana más.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La fábrica de burbujas.

Un día (hace un mes aproximadamente) sentía mi cuerpo cargado, enormemente cargado. No me resulta fácil de describir pero lo más aproximado es como si tuviera una sobrecarga de energía que no me daba fuerzas; por el contrario, solo me aportaba una sensación desagradable.
Recordé mis tiempos, no tan lejanos, en que paseaba descalza por la playa (”mi playa”: a Praia da Barra, Aveiro, Portugal). Con una cierta asiduidad, cada dos o tres meses, descargaba de esta forma toda la electricidad estática acumulada. Recuerdo también haberlo comentado con mi fisioterapeuta y cómo ella interpretaba este acto –andar descalzo- de una forma para mí asombrosa. Ella me descubrió una razón científica para ese bienestar que produce el pasear descalzo por la playa: al ser el agua un elemento conductor, transmitimos a la tierra nuestros electrones. Loreto incluso soñaba con patentar una placa con pica para descargar nuestro cuerpo, lo que no deja de ser una idea original y práctica. Loreto me enseñó muchas cosas, a conocer mi espalda, comprenderla y ayudarla para que no se me quejara, entre otras cosas; es una excelente vocacional y no pretendo en absoluto hacer propaganda ni elogiar gratuitamente a nadie.
A lo que iba, que me disperso.
Recordando estas conversaciones con Loreto, caí en la cuenta de que para no resbalarme, llevaba meses sin tocar el suelo, usando zapatillas hasta para ducharme. Poco a poco, a medida que iba ganado estabilidad, fui prescindiendo de zapatillas y sandalias de baño para todo. Pero en ese momento al que me refiero llevaba acumulando electrones durante meses. Como una posesa o un animal hambriento, busqué tierra húmeda hasta que encontré algo similar. Iba tocando farolas (que sé llevan cada una su pica de puesta a tierra), los alcorques de los árboles, radiadores, lo que fuera… Hasta una maceta de mi azalea recién RIP me sirvió. Sumergí mis dos manos en la maceta de tierra aún húmeda y notaba un efecto como si salieran burbujas de mis dedos, exactamente como pastilla efervescente dentro del agua. Me dejó muy impactada. Aún ahora, me pregunto si sería una pequeña alucinación pero no, no lo creo. Me quedé más sosegada.
Ahora añoro un paseo por la playa, que haré en cuanto me sienta con fuerzas para ir hasta una playa.

El cuerpo humano es un almacén de energía, no cabe duda, sean electrones, ondas o lo que sea. El cuerpo es también materia, ¿sobre todo materia?, pero también otras cosas invisibles con nuestro ojo.
Sí, ya sé que no he descubierto nada nuevo, pero necesitaba escribirlo. Dejo para otro día mis reflexiones sobre ondas, alma, mortalidad, Dios, los dioses, la unidad del espíritu y la comunión de los santos.

Según he escrito estas líneas he recordado, o he deducido, la razón por la que las prendas de hilo, algodón o lana son más sanas. Son transmisoras, mientras que las acrílicas acumulan electricidad estática (¿quién no ha sentido un chispazo alguna vez al abrir la puerta de un coche?)
Seguro que los chinos acaban inventando acrílicos-pica.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El fantasma (Torcuato IV).

Torcuato era un poco-bastante “fantasma”, no sé si de nacimiento o adquirido como resultado de su experiencia en los Servicios de Inteligencia. Una vez, haciendo de “manitas” en casa de mi amiga Pili, colocando una puerta o algo así, le dijo a Pili:

- Pues yo creo que con un poco de suerte, voy a “retirar” a Adu.
- ¿Y eso? – se asombró ella.
- Porque Julio ha encontrado un cuadro que creemos que es de Goya y, si se confirma, nos hacemos de oro, ahora mismo el cuadro está con un experto tasador de arte…
A menudo hemos recordado este suceso Pili y yo. Las risas que nos echamos a costa de este incidente fueron infinitas.
Varios años después, salió una noticia en el telediario sobre el hallazgo de un pequeño “Goya”; para entonces yo ya estaba muy retirada de Torcuato.

Julio era otro de los “amigos” de Torcuato. Regentaba un pequeño negocio anticuario por la zona de Arapiles bastante destartalado, como casi todos los anticuarios, con la peculiaridad de que el local era enorme y la mayoría de las piezas de un hortera subido. De entre ese batiburrillo, rescaté un cuadro que me regaló Julio, ahora no recuerdo su autor ni si era conocido o no, un grabado con un tren echando humo, bastante bonito. Julio, al menos, era educado y amable.

Torcuato tenía una familia casi tan singular como él mismo. La madre ya no vivía, tenía dos hermanas y otro hermano y un padre muy parecido físicamente a él que a mí me recordaba a los personajes castizos de zarzuela, su nombre era también Torcuato. Su hermano Óscar era físico o ingeniero, casado “contra” una mujer del Opus, quienes ejercían de ángeles tutelares de Torcuato. Una vez, con bombo y platillo, nos “invitaron” a su piscina, pero esta fue la versión Torcuato porque cuando llegamos allí, bañador en mano, pasaron sus hijos (Isabel y Torcuatín) y a nosotros nos invitaron amablemente a marcharnos. Fue uno de los momentos más abochornantes de mi vida, pero ya me iba acostumbrando a este tipo de jugarretas. Me sentía humillada, más por Torcuato que por mí misma.

- No te preocupes – me decía Torcuato (yo no estaba en absoluto preocupada, más bien humillada) – ya me ha dicho Óscar varias veces que cualquier día nos invita a su piscina a ti y a mí.

Lo cierto es que cada vez que Torcuato estaba en algún apuro económico, allí estaba Óscar encargándole trabajos, mayormente los que requerían habilidades manuales y fuerza física. Yo jamás supe de sus pormenores económicos, quería ser discreta, no preguntaba, pero percibía.

Su hermana Rosa vivía en un “acosadito” por una ciudad dormitorio de Madrid, no recuerdo exactamente cuál. Era guapa y simpática y parecía ser la más normal de toda la tropa. Una tarde, en el saloncito de su “chalecito”, para agradar, empezó a enseñarme cosas: las fotos de los niños cuando eran pequeños, los videos del ballet de las niñas, y un sinfín de cosas de esas normales que hace la gente normal… ¡ah! pero yo no soy normal y me iba aburriendo como una ostra. El colmo fue cuando cogió la típica carterita llena de mandos a distancia y me iba diciendo:

- Éste, el mando de la tele, y éste el del vídeo, y mira este otro; este otro no tiene pila… etc etc etc…

En ese momento me dije a mí misma:

- ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Por educación aguanté el tipo, pero supe que ya, definitivamente, yo no tenía nada que ver con todo aquello. Quedaba poco para la escena de la mentira, la recogida de mis cosas y el adiós.

Visto con la distancia del tiempo, pienso que hubiera soportado todo esto por amor, luego no debía ser amor lo que yo sentía.

Incontinencia urinaria.

De lo que no se habla es como si no existiera”. La frase original no sé de quién es, yo la recibí de las letras de Lucía Etxeberría.

No entiendo bien la razón del tabú sobre temas tan naturales como el pis y la caca. En estos nuestros tiempos, afortunadamente ya no es tabú el sexo, incluso se exagera su importancia. Sin embargo las aguas mayores y menores prefieren evitarse.
Yo empecé teniendo problemas no porque “se me saliera” el pis, sino porque sentía ganas y no me salía. Algo parecido a como si quisiera mover las orejas: simplemente no se puede. Cuando empecé a comentarlo con mi médico de cabecera, y con la Dra. Freud” (así apodé a mi psicoterapeuta), lo achacaban a males normales: la menopausia o tal vez cistitis. Yo lo comentaba con mis amigas, en edad de pre-menopausia también, pero ninguna padecía este tipo de problema. Estaba cada vez más extrañada y preocupada porque, a la par del descontrol sobre las ganas, empezó a descontrolarse cada vez más la salida involuntaria de la orina. Acabé poniéndome “dodotis”. Lo curioso es que cada vez me daba menos vergüenza y me dejaba algo perpleja la vergüenza de los demás si se me salía en algún momento en el que no iba “protegida”. Alguien, mi hermano creo, definió mi estado como “el de un niño”: era consciente pero no tenía ningún pudor.
Recuerdo especialmente molesto para mí, un viaje desde Toro a Madrid en el autobús, en el que desde prácticamente la salida yo sentía necesidad y aún no llevaba como complemento cotidiano los pañales. El trayecto no preveía parada intermedia y tardaba cerca de tres horas. En ese viaje martilleé a mi hermano con insistentes y absurdos mensajes de móvil solo para tener la cabeza distraída. Conseguí llegar a Madrid sin mojar nada. Pero lo grave, lo realmente turbador (para mí), fue que nada más entrar en los aseos de la estación, estuve más de media hora sentada en la taza sin lograr que saliera ni una gotita. Luego el pis salía en el momento que él quería: no me daba tiempo a llegar al inodoro. Desde ese día comenzó la compra de los pañales que no me abandonaron hasta uno o dos días después de la operación. ¡Asombroso! A las cuarenta y ocho horas volvía a dominar mi esfínter. El neurocirujano nos había pronosticado un tiempo de recuperación de dos ó tres meses en este aspecto.
Tenía tanto miedo a ese descontrol que a veces me metía en el cuarto de baño y me sentaba en la taza del inodoro, esperando a que llegara el momento en el que el pis quisiera salir. Algunas veces el pis llegaba y otras no. Lógicamente las personas que me acompañaban se preocupaban y sentían bochorno de estos mis encierros. Mi sobrina llegó a cronometrarme una vez 47 minutos de encerrona. Mi familia pensaba que me estaba volviendo demente senil de forma prematura (aún no había cumplido los 53 años).
Mi otro esfínter, el de las aguas mayores, nunca lo perdí afortunadamente.

Lo que realmente me alertó, me hizo presa del pánico, fue el día en que el análisis bacteriológico de la orina arrojó un claro y contundente resultado negativo.

- ¿Entones es todo de aquí? – pregunté yo señalando con los dedos índice mis sienes.
- Todo es de ahí –sonrió contestando mi médico de cabecera (el "médico de familia" asignado, se llaman ahora)- pero eso ya se lo tendrán que mirar en Madrid.

Para ese momento, que debió ser a primeros o mediados de junio, yo ya estaba en la capital de hecho y de derecho, consultando psiquiatras que me diagnosticaban “depresión”. La “incontinencia urinaria” la achacaron siempre a las “pérdidas normales de la menopausia”.

Unos meses antes, en tiempos de la Dra. Freud, también había consultado con un psiquiatra de provincias que se limitó a recetarme 3 Tranxiliums al día, dosis habitual al parecer, para un simple estado leve de ansiedad.

No guardo rencor a nadie, soy comprensiva con los errores, pero si hay alguno de estos facultativos que aún me provoca especial rabia fue la “Dra. Freud” que acabó haciéndome perder casi por completo mi auto-estima. Cuando la llamé, una vez pasado el peligro y las angustias y ya en estado de re-establecimiento, se limitó a dar ligeras explicaciones. Ni una sola palabra de lamento o de reconocimiento de un error. Aunque, para ser justa, sí pareció alegrarse de mi magnífica recuperación, tal como expresó. Tendría alguien que ser muy ruin para no alegrarse, pienso yo.
Dra. Freud, hágase usted psicoanálisis, por favor. Y cuéntenos por qué la felicidad no depende de los motivos, si es que usted lo ha descubierto.

SEGUIRÁ…

domingo, 7 de noviembre de 2010

Batallitas y más batallitas.

Hoy me di un largo paseo de una hora. No puedo calcular la velocidad pero ya voy mucho más estable y rápida, aunque no aún a los 4 Km/h que me gustaría recuperar. Lo cierto es que se me hizo muy, muy corto, porque hace un otoño precioso y entre árboles y silencio llegué hasta el portal de la casa en la que viví hasta los veinte años.
Cuántos, cuántos recuerdos.
Primero, en el orden paseado, la zona de la Universidad, que me trajo a la memoria a JFJ, mi primer noviete medianamente serio. Éramos compañeros de carrera y contrincantes dialécticos, te quiero-te odio y así varios años. Celos mentales los suyos y los míos, de tipo más carnal. Discusiones bizantinas: el número “e” y la poesía de Rilke. JF era iracundo a veces, yo también; hoy yo ya he perdido esa energía. Corté con JF finalmente aquella relación bastante destructiva cuando “me ligué” al que luego fue mi marido y padre de mi hijo.
De aquellos años de amor-odio con JF nos quedó un poso de amistad profunda poco corriente que se mantiene viva; aunque haga tiempo que no nos veamos da igual, sabemos que estamos. Hubo una época, mucho después, en que JF me utilizaba de tapadera con su mujer, “La Loles” –así se hacía llamar-. Me llamaba por teléfono de repente y me decía: “Oye, Adu, que si te llama Loles estoy contigo, ¿vale?” Se ve que Loles se fíaba de mí, no sé por qué. JF me enseñó que una cosa es el amor y otra el sexo, diferenciación que él practicó siempre y que yo tardé mucho en aprender. Sea por cuestiones culturales o biológicas, pienso que es un poco –solo un poco- cierto eso de que

Las mujeres dan sexo para recibir amor y
los hombres dan amor para recibir sexo.


Cuestión que fue ampliamente debatida en una tarde de aquellos viernes de Gabinete Sentimental con Julia Otero, sobre los que algo he escrito ya.

Después, en mi largo paseo, reconocí el parque donde jugaba con el cubito y la pala, y tuve mis primeros amigos de la más tierna infancia, Belén y Tayo, dos hermanos de apellido Franco. Tayo (Santiago) y yo decíamos que erámos novios, no tendríamos más de seis o siete años. Con Belén coincidí en COU, mucho tiempo después y nos reconocimos, qué curioso.
“La Virgencita” que yo recordaba sigue allí, en pie, sobre un pedestal de piedra con la inscripción “Inmaculada Concepción de la Ciudad Universitaria” y una leyenda manuscrita. La figura, de un mármol blanco y talla aceptable, está algo deteriorada y el conjunto lo cubre una especie de dosel bastante hortera. Las velas de cera y flores de plástico y tela dan al conjunto un toque almodovariano total. El parque sigue conservando su aspecto silvestre, naturalista, con poca piedra y muchos árboles de gran porte, aunque la zona cercana a la “Virgencita” estaba llena de restos de botellón nocturno.

Finalmente acabé mi paseo, una hora después de haber salido, frente a mi hogar infantil: la calle Isaac Peral 44, piso sexto. El puesto de helados de “Harry” no existe hoy, ni el kiosco de “El abuelo”. La verja de negro hierro del portal cerrada, normal. El Bar Santillana, justo al lado, donde asaban unos besugos con ajito buenísimos es ahora una cafetería con otro nombre. El garaje donde mi padre guardaba el coche en posición privilegiada (para no tener que salir maniobrando) es ahora un parking público. Reconocí los balcones donde nos asomábamos, me recordaron los geranios que mi yayo podaba cuando venía y que mi madre y Manoli cuidaban con mimo, los periquitos Arturo y Laura que mi hermano amaestraba y un día volaron o “los voló” mi madre… Hay que llamar al ascensor, alguien se dejó abierta la puerta, y la portera Carmen gritando desde abajo:

- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Ascensooooooooooooooor!!!!!!!!!!!!!!!!!!
- Ya vooooooooooooy… - calló el aludido.

Era un ascensor muy bonito, de esos que luego prohibieron, indultando unos pocos en Madrid, de madera con espejo y el hueco protegido tan solo por una barandilla. Decían que la gente se suicidaba tirándose por ese hueco; de hecho en casa de mis yayos se tiró un hombre. Bueno, ya no existen esos ascensores, se sigue suicidando la gente. En fin.

Y así millones de historias que, me doy cuenta, no son importantes, solo es importante nuestra infancia, sea cual fuere, porque es la época más tierna de la vida y nunca se olvida uno de ella.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Tai-chi y el corazón.

Hay que reconocer que las técnicas orientales de mantenimiento físico son mucho más poéticas que las occidentales. Típico ejemplo de clase de gimnasia en nuestras latitudes:

- Uno arriba, dos abajo, y uno dos, uno tres…
- Inspiramos subiendo los brazos, expiramos… Otra vez arriba uno y abajo, dos…

El pasado 4 de noviembre asistí por primera vez a la sesión de Tai-Chi que imparten en el “pack todo completo” de mi nueva residencia. Tenía mucha curiosidad, sobre todo desde que mi amigo Jack me contó que consistía en algo así como una lucha a cámara lenta. Y lo recuerdo haciéndome algunos movimientos en aquel Bed and Breakfast de Roma. Lo que me encontré el jueves sin embargo, me recordaba más al Yoga. Se trata de una gimnasia muy suave, en la que se estiran y auto-masajean todos los músculos del cuerpo y también las vísceras internas. No digo que no sea así en alguna clase al uso de mantenimiento en gimnasio, pero sí que es, sin duda, de ritmo mucho más relajado y más estético.

- Cojemos las estrellas y las ponemos en el firmamento... Volvemos a cogerlas y las volvemos a colocar en el cielo…
- Movemos los brazos y las piernas como si fueran ramas de los olmos al compás de la brisa…

Personalmente, y aún a sabiendas de mi escepticismo habitual, me siento mucho más a gusto en el Yoga o Tai-Chi (del Tai-Chi en lo poco que sé). Porque no sólo son ritmos más cadenciosos y líricos, sino que parten de una premisa común y es que uno debe esforzarse pero no forzarse. Fuera todo espíritu competitivo, se busca la mejora de la salud física y mental, en completa conjunción ya que cuerpo y mente, mente y cuerpo, son interdependientes y quizá la misma cosa.

Recuerdo cuando hace muchos, muchos años, se abrió toda una polémica sobre los trasplantes de corazón. Los sectores más reacios argumentaban que era el órgano responsable de los afectos, de los sentimientos, del amor. Temían que al cambiar de corazón se marcharan con la víscera extraída también el mundo sentimental del enfermo. O que asumiera el del corazón trasplantado. Hoy nos suena a chiste. Se sabe que todo está en el cerebro. ¿Todo? Bueno, se sabe al menos, que en el corazón no están los sentimientos sino en una parte de la masa encefálica. La cabeza tiene parcelas, como si fuera una urbanización con solares que van transformándose a lo largo del tiempo. Unos solares rigen el movimiento corporal, otros el lenguaje, otros el razonamiento, otros el aprendizaje, otros el comportamiento. Madre mía, vaya lío. Seguro que llegará el día en que insertándonos un micro-chip en el cerebro sabremos hablar Checo, por ejemplo. O mejor dicho: sabrán, porque eso no creo que lo veamos en esta generación.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El efecto 2000. Torcuato (III).

Otra de las peculiaridades de mi noviete Torcuato era su gran auto-confianza. Por aquella época ejercía de asesor fiscal.
De los dos-tres años que duró nuestra relación, yo estuve uno en Canarias por motivos de trabajo. Como se trataba de un trabajo bien remunerado y cómodo, me permitía el lujo de venir una vez al mes a Madrid. Mi hijo era adolescente entonces y vivía conmigo, fue justo el curso 1999-2000, lo recuerdo bien porque el pánico se había apoderado de todos los canarios, los peninsulares –como ellos nos llaman-, los americanos y hasta los chinos –supongo- por el simple hecho de que se desconocía qué iba a pasar con los datos almacenados en los ordenadores al pasar de los dígitos 99 al 00. Finalmente, no pasó nada, como es de cajón.
Volviendo a Torcuato, fue a verme varias veces, al menos dos, una con cada uno de sus hijos. Como entre ellos se llevaban muy bien, y entre nosotros también, lo pasamos estupendo. Creo que ya he escrito que Torcuato tenía un don especial para los chavales y sabía manejar muy bien a mi niño en plena efervescencia adolescente.
Torcuato insistía mucho en que me tenía que presentar a unos “amigos” que tenían un bar y vivían en algún rincón perdido de la isla; para conocerles, para que se hicieran también mis amigos, para tener algún apoyo. Yo, que para entonces ya le iba conociendo, lo dejaba pasar. Por fin un día nos decidimos y enfilamos hasta el rincón perdido entre carreteras polvorientas, pérdidas, desiertos y cáctus. Cuando por fin llegamos, nos atendió la esposa, con visible cara de desagrado y muy forzada. Por simple educación nos ofreció unas cervezas. El marido creo que ni salió a recibirnos. Torcuato les soltó un discurso tal que:

Sí mujer, soy Torcuato, el que les lleva la contabilidad a Juanito, del bar Juan, en Madrid, ¿no os acordáis que estuvimos aquella vez cenando? Y luego, jaa aja ja, Juanito mira qué era, ahora el negocio lo lleva Juanito II, su hijo… bla bla bla…

En la cara de la mujer crecía el disgusto a la par que el asombro, como pensando vaya un descarado, o vaya un pirao…

Juanito, “su amigo del alma” según versión Torcuato, acababa de fallecer cuando yo entré en su vida. Llegué a conocer a Juanito II que era un tipo raro, como lo era ese bar Juan por la zona de Embajadores, que vaya usted a saber qué negocios se trajinaban allí. La madre de Juanito II, viuda de Juanito, no parecía tener en mucha estima a Torcuato, amigo íntimo de su marido, pero él fingía no darse cuenta.

Al poco tiempo, Juanito II le dijo amablemente que prescindían de sus servicios. Torcuato se quedó muy decepcionado.

Por supuesto que yo no volví a aquel bar del rincón perdido de la isla ni supe más de ellos.

martes, 2 de noviembre de 2010

Evolución motora.

29-30 de julio de 2010

Primer día en el gimnasio del centro.
A las 12.30 horas gimnasia general de mantenimiento de un nivel muy leve, la mitad del tiempo sentados, subir y bajar los brazos, movimientos de cabeza, subir y bajar las piernas, giros de tobillo y muñecas, todo suave pero es más que nada.

Después una rato personalizado. Aguanto 2 minutos a 0,8 km/h en la cinta.

Mi velocidad a paso normal antes de todo esto, calculada sobre tiempo empleado en recorrer una determinada distancia, era de 4 Km/h.

Sandra dice que no me preocupe, que todos empiezan así y luego van subiendo la velocidad y el tiempo poco a poco.
Sandra es la fisioterapeuta que me han asignado, una chica muy joven con la que en seguida he congeniado (en esos dos minutos casi casi nos hemos contado nuestras vidas). Ella también escribe y también lleva un blog al cual, por cierto, no he logrado acceder.


29 SPTBE 2010

A finales de octubre me darán el informe por escrito de mi evolución neuro-psicológica. Ayer lo hablé con el neuro-psicólogo y de forma verbal me dijo que evoluciono muy bien (esto es el resumen, para curiosos lo tengo en apuntes). Tenemos que seguir trabajando memoria y no recuerdo qué más, él dice que se hace siempre (lo de trabajar memoria).

Respecto a las carreras voy más lenta, he logrado alcanzar 1,8 Km/h de velocidad punta y 20 minutos de duración en cinta empezando siempre flojito (a 0,8). No me pongo metas, poquito a poco cada día. Ya me han advertido que el proceso es muuuuuuuuuuyyyyyyyyy leeeeeeeeentooooooooooooooo.


2 NOVBE 2010

Cuando dejé el centro, hace menos de una semana, había logrado la velocidad punta de 2,2 Km/h y un tiempo máximo sin descanso de unos 25 minutos, de ellos unos 20 en la velocidad punta (se debe ir gradualmente). Ahora miro hacia atrás y me parece asombroso. Dudo si alquilar cinta andadora o comprar, se venden muchas de segunda mano, pero no he llegado a ver ninguna. Casi todas son de correr (hasta 16, 18 e incluso 20 Km/h desde la posición inicial de 0,8 Km/h)). No aspiro a tanto, no pienso competir, jamás lo he hecho ni lo haré (“No digas de esta agua no beberé”… mmmm…)
Me bastaría con recuperar una velocidad suficiente para que la persona que me acompaña no se tenga que estar parando a esperarme. Claro que eso depende también de la velocidad de la otra persona. Me da la sensación de que en Madrid todo el mundo va corriendo, hasta cuando no tiene prisa. O es que siempre tienen prisa (¿?). Menos mi hermana, que ni anda, ni corre, ni tiene prisa nunca, y pese a todo es lo más cercano a la perfección que conozco. Mi hermanita Margarita.
Finalmente he decidido de momento ni alquilar ni comprar cinta. Mientras siga haciendo este otoño, caminaré por el exterior que es una maravilla y, si el día es malo, practicaré subiendo y bajando las escaleras o pasilleando.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Calle Límite.

Hoy recorrí el barrio donde se ubica mi nuevo “cole”. Casualmente está muy cerca del barrio en el que me crié. Al decir muy cerca, me refiero a la escala madrileña. Esta mañana de domingo otoñal me fui dando un paseo, a pasito de tortuga (la velocidad máxima que he llegado a alcanzar, por ahora, es de 2,2 Km/h). Y pasito a paso, he llegado hasta el que fue mi primer colegio, desde los cuatro hasta los ocho años. Lo que hoy es la Facultad de Humanidades del CEU, fue hace cuarenta años un colegio pequeño, muy innovador e increíble que existiera en aquella época ñona y rancia. Era, es, una gran chalet, seguramente hoy declarado Bien de Interés Cultural o similar. A lo que iba: el chalet lo habitaba una rica heredera que, a su vez, lo alquilaba a unas monjas jesuitas, llenas de energía e ilusión, involucradas en un proyecto educativo que daba mucha importancia a los idiomas, las Artes y las Humanidades. Como ejemplo, teníamos clases de Música y Canto, Inglés y Francés (impartidos por nativas), Gimnasia Rítmica; todo esto desde parvulitos (cuatro años) y con carácter NO optativo.

Aprendimos a sumar con unas regletas de madera de colores. El “uno” era un cubito blanco de un centímetro de lado; el dos, un paralelepípedo de dos centímetros y así sucesivamente, de forma que las piezas iban encajando: si ponías la regleta del cuatro (rosa) y a continuación la del cinco (amarillo), tenían una longitud igual a la del nueve (azul). Era como un juego, con el que no nos costó nada aprender estas sencillas operaciones aritméticas, y ya desde el primer año. Es decir, con cuatro añitos ya sabíamos sumar y restar del uno al diez, cantar My bonny is over the ocean y Frere Jaques con un acento casi perfecto, todo lo cual en aquella época (y en la de hoy me temo que también) era realmente asombroso.

Me he puesto nostálgica recordando mi primer año de cole, agarradita a las faldas del hábito de la Madre XXX (no recuerdo su nombre), creo que hoy sabría llegar hasta mi "clase" (así se llamaban entonces la aulas) si entrara a su interior.
Nos sentábamos, en los dos primeros años, alrededor de unas mesas circulares donde cabíamos seis o siete niñas. Después, nos pasaban a espacios amueblados más “al uso” con pupitres de bandeja inferior para guardar los libros y cuadernos. NO nos llevábamos deberes a casa, no hacía falta. En su línea de originalidad, las notas o informes escolares eran también de colores y con forma de triangulito, y eso lo recuerdo con precisión fotográfica:

- Amarillo = sobresaliente (9-10)
- Azul = Notable (7-8)
- Rojo = aprobado (5-6)
- ¿Transparente? = Suspenso (creo que o no existía el suspenso, o yo no saqué ninguno).

Ponían nota también en “Orden y aseo”, “Compañerismo”, “Disciplina”, "Respeto a sus superiores" y cuestiones así de etéreas pero que hoy, visto con ojos de adulta, creo que son tan importantes o más que aprender a sumar.
También hacían gráficas (a mano y con lápices de colores) de la media y de tu nota. Mi padre miraba si su niña iba por encima o por debajo de la media, era lo que más le importaba. Qué gracia me hace ahora y cómo ilustra todo esto la formación que he recibido.

En mi casa, yo ponía también notas a mi familia y como era la benjamina, les hacía mucha gracia. A mi padre siempre le ponía un amarillo en “Comer”, a mi abuela un rojo en la misma asignatura; a la tata un rojo en “Orden y Aseo”, mientras que a mi madre un amarillo. Mis hermanos tenían notas más variables. Yo todo esto me lo tomaba muy en serio, no entiendo muy bien la razón.

My bonny is over the Ocean
my bonny is over the sea,
my bonny is over the Ocean,
oh bring back my bonny to me, to me...

Bring back, oh bring back,
oh bring back my bonny to me, to me...


El colegio estaba en la Calle Límite, desaparecido el nombre hoy, que no su trazado.